Desde las corrientes políticas hasta las tragedias sociales en Colombia, encontramos al igual que en buena parte de América Latina, una tierra que aún no supera el impacto de la conquista y la colonización. A mediados del siglo XX, nacen en Colombia tropas irregulares con pretendidas premisas liberales, las cuáles están conformadas, en su mayoría, por campesinos que desconocen los postulados mismos del liberalismo. Cuando menos el liberalismo entendido como un sistema económico, político y social cuyos pilares son las libertades civiles y que propende por el estado de derecho y la democracia participativa. No, en absoluto, por el contrario la exigua motivación social de este emergente movimiento es la más primaria: la supervivencia per se. El sentimiento intestinal de proteger la vida, cuando el mismo estado resulta insuficiente para ello. Una Colombia en la cual no existe lucha contra el despotismo sino contra la ausencia crónica de los estamentos estatales. Grupos de hombres, mujeres y niños en su mayoría analfabetas, liderados en algunos casos por estudiantes universitarios provenientes de familias de clase media, imbuidos de un ingenuo espíritu caudillista. Ahí, en pleno siglo XX, Colombia estaba a la deriva, después de haber copiado modelos sociales, políticos y económicos que nunca alcanzó a digerir por completo, algo que a Europa le había costado sangre, guerra y miseria, además de siglos instituir, en un doloroso proceso de ensayo y error. Empero, en Colombia germinaría un agravante, el peor que podía surgir en medio de una lucha por la tenencia de la tierra: el trafico de mariguana y cocaína, el rudimento de un ulterior narcoestado que presidió a un pueblo que, en ocasiones sigue regentándose como ese mismo grupo de campesinos analfabetas, incluso, cuando hoy se les vea cruzando las puertas de colegios, institutos y universidades. Y es que la connotación de analfabetismo no puede reducirse a la incapacidad de leer y escribir, sino en general a la deficiencia misma del aprendizaje, a la inhabilidad para entender la problemática real de una nación por parte de sus habitantes. Hoy, en el inaugural siglo XXI, todavía resulta complejo entender la motivación de algunos colombianos, los principios que los rigen, su misma idea de libertad en medio de una pasión que circula como un torrente agitado por las venas, pero que a la vez resulta una veleta movida por el viento que emerge de discursos sociales y políticos enmarañados en oscuros intereses.
Ad portas de iniciar una nueva época de campañas electorales, solo resta confiar que la verborrea enardecida entre tweets, criticas sin fundamento y ansias por ocultar verdades, no afecte el a veces “ambiguo” criterio de algunos colombianos para elegir a sus gobernantes, desdeñando sus pasados cuestionables, su ineficiencia y corrupción. Y que esa sangre que fluye con fervor por su ser, alcance para irrigar el cerebro e iluminar a una patria que ha pecado demasiadas veces de inocente, una nación que merece acertar el camino de la paz y la mejor elección para su futuro.
Este artículo simplemente pretende ser un llamado a la reflexión, para una nación de cincuenta millones de habitantes con valores, principios, tenacidad y empuje, con gente maravillosa que debe entender que los estados se instituyen desde la lógica política, económica y administrativa, y que esto conlleva tiempo y el compromiso de todos sus ciudadanos.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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