En un reino lejano vivía un pequeño piojo sobre la cabeza de un rey. El piojo orgulloso miraba a todos desde su alto pedestal, produciendo la burla general. A lo cual replicaba: soy más grande que ustedes, pues sin duda soy el más cercano a nuestro rey.
Un día el rey, al sentir la fuerte comezón que provocaba su inesperado inquilino; se rascó y tomo al pequeño animal en sus manos. Cuando se disponía a matarlo, el piojo imploró:
¡Espera! soy yo quien te ha acompañado todo el tiempo; sé de tus alegrías, preocupaciones y forma de gobernar a tu pueblo; quien sabe mejor como piensas y actúas, sino yo. Ante tanta decisión el rey le perdonó la vida y desde aquel día vivió junto a este en un pequeño cofre junto a la silla real.
Las personas son tan pequeñas, como se quieran sentir o tan grandes como lo puedan mostrar.
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