Casi siempre las personas necesitan aferrarse a sus propias verdades para sentirse seguros, en medio del sinfín de variables que controlan la vida. Las verdades no son más creencias arraigadas en el subconsciente y depositadas ahí por uno u otro factor. Solo que algunas veces se vuelven tan ingentes, que llegan a controlar el destino de comunidades enteras: religión, economía, política, que luego mutan en dogmas, en verdades absolutas fuera de cualquier cuestionamiento. Mas allá, la propia ciencia, de quien tenemos en alta estima su objetividad, termina sobrellevando ídem enfermedad de absolutismo; al querernos convencer que dentro de simples teorías, el margen de error es prácticamente inexistente. Y así vamos construyendo castillos de naipes entre verdades a medias, que necesitamos reforzar todo el tiempo. Incluso al final cuando todo cae, ni siquiera el ruido puede avisar del colapso, y solo el tiempo desnuda la gran verdad como una ingenua mentira. Así ha ocurrido desde siempre, desde que somos especie y constituimos una sociedad. ¿Pero que seria de la realidad sin esas verdades absolutas? ¿Que tan solida e inalterable seria esa sociedad, si todo fuera susceptible de ser cambiado? ¿Acaso? son necesarias esas verdades a veces disfrazadas que sostienen al mundo. Mi opinión es que toda verdad como el principio mismo de nuestra existencia es relativa. Del mismo modo que no podemos asegurar cuanto vamos a vivir, tampoco podemos afirmar que una verdad sea aplicable a todo, en toda forma y tiempo. Y en algún momento la creencia, el paradigma, la verdad con toda su candidez y absolutismo puede ser renovada, desmontada, desmitificada y cambiada por completo. Por tanto, de igual modo ocurrirá en las sencillas cosas de nuestra vida cotidiana.
Los confines de la verdad son demasiado difusos para ser demarcados. Puede usted reunir un grupo de cien personas para mirar un objeto determinado, evaluar sus características, y aun tratándose de la misma materia, al terminar el ejercicio el objeto estará dotado de múltiples características disimiles que usted mismo no había calculado. Y es que los seres humanos vemos, oímos, gustamos, olemos y palpamos conforme al desarrollo neurológico y psicológico de nuestro cerebro, con el aditivo de nuestras propias experiencias a cuestas. Seguramente, podremos encontrar dos personas tan equivalentes que parezcan iguales, pero sin duda en algo llegaran a diferenciarse, del mismo modo que en algún punto sus verdades serán distintas.
La verdad tiene un límite, un punto en el que se interseca con otra que la modifica y cambia sus propiedades, transformándose en otra cosa. Las verdades que logran sobrevivir más allá de esta condición, en muchos casos están provistas del prejuicio mismo del agente emisor de dicha verdad. Para la humanidad entera, el sol giró alrededor de la tierra hasta que un hombre fue capaz de arriesgar su vida por demostrar lo contrario.
El absolutismo nos ha acompañado a lo largo de la historia, nos habituamos a el, a aceptar resignadamente la verdad de quien habla con mayor entonación o superlativa convicción sobre un asunto. Pero incluso la más firme teoría, la más arraigada creencia podría ser debatida.
De algún modo es nuestro derecho entender que no existen verdades absolutas, aunque la verdad es que usted podría pensar lo contrario.
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