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Mo Yan, el placer de leer a un nobel


Por supuesto, los latinoamericanos debemos sentirnos más que orgullosos de contar con la excelsa calidad literaria de escritores laureados como Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez, Juan Ramón Jiménez, entre otros, a quienes sentimos tan próximos por su narrativa. Y de quienes tendremos, seguramente, oportunidad de hablar en una próxima ocasión. Empero, hoy viajaremos por el mundo literario de un premio nobel  proveniente de una región a veces tan distante, no solo geográfica sino también social y culturalmente, como lo es la China. Se trata de Guan Moye, más conocido como Mo Yan, el premio nobel de literatura 2012.
Este versátil escritor, merecedor del máximo galardón de las letras, y envuelto en una exposición mediática que nunca buscó, que incluso le resulta ajena, como explicó en su discurso. Es como la mayoría de los escritores un hombre creado por fantásticas pinceladas que le otorgan un hálito de misterio y fascinación. Alguna razón tendrá la academia al haberlo calificado como el mejor escritor vivo del momento.  Pero para entender la genialidad y la complacencia de la obra de Mo Yan, es necesario remitirse a las líneas que emergen de su imaginación, puesto que su discurso a veces breve no dice mucho de su persona, y como cualquier escritor, su fluido dialogo viaja directamente a las mágicas líneas convertidas en libro; en un sublime torrente de palabras que cautiva al lector.
Mo Yan es capaz de traer esa China para muchos lejana y misteriosa, hasta nuestras manos y envolvernos dentro de su cotidianidad. Llevarnos a entender una realidad vista desde una sensibilidad conmovedora; un viaje de los sentidos a través de la labor, la familia, y el sentir de ciudadanos comunes, sencillos y humildes que entre páginas nos muestran que su sentir no es tan disímil del nuestro, y una vez más, la literatura con todo su poder es capaz de derrotar fronteras y paradigmas entre amores y tragedias.  
Mo Yan, como cualquier escritor elevado a la categoría máxima de las letras debe ser leído, disfrutado. Porque el placer de una buena lectura es el premio inconmensurable que el escritor lega a la humanidad; permitiéndonos imbuirnos de la magia desusada en el agitado mundo de hoy, recorriendo parajes que nos encumbran en emociones extraordinarias sin límites, donde la imaginación se enriquece.
No cabe duda del placer sublime que provee una historia, y este placer es inevitable cuando se lee a un premio nobel.

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