Cavando un hombre un pozo que separara su terreno del de su vecino, cavó durante horas pensando: “el hoyo debe ser lo suficientemente hondo para que no pueda cruzar ni él ni sus animales”. Pasaron las horas y el hombre cavaba cada vez mas profundo, a tal punto que quedó atrapado sin poder salir del agujero; saltaba con ahínco, pero no alcanzaba a asirse para poder trepar.
Al final, desesperado empezó a gritar por ayuda; pero nadie podía escucharlo y cuando estaba a punto de desfallecer, vio el rostro de un hombre que le extendía la mano. Era su vecino, aquel por quien construía tan absurda trampa; quien había llegado en su auxilio.
Muchas veces sin razón, solemos ocultarnos ante una mano amiga.
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