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Celos, un sentimiento detestable


¡Vas a ver! ¡Vas a ver!
De pronto tu pareja se nota tensa, distante, con semblante huraño o atolondrado, hasta emitir un circunspecto: “tenemos que hablar” . Si, seguramente y como de costumbre fuiste tomado por sorpresa por el celoso obsesivo compulsivo que decidiste tener a tu lado, y que en principio calculaste, ingenuamente, era un afectuoso empedernido que resultaba de lo más cómico con sus “pataletas” posesivas. Tu como siempre ni darte por enterad@  de lo que ha sucedido, y sin mayores pistas del emergente altercado, no te queda otro remedio que escuchar la retahíla de sandeces que brotaran de sus labios.
Los resuellos agitados son un mal presagio, las manos se liberan y los labios no quieren besar; la tarde se oscurece y los ánimos se caldean y tú ¡no tienes la menor idea de cual es la razón!
Los celos, aquel bello delirio enaltecido incluso por poetas,  pero que la verdad no son otra cosa que la pantomima de un alma insegura y poco generosa; la saña de un afectado psicológico que ha decidido descargar sobre ti todos sus traumas.
Frente a ti emergen los ojos saltones, el ceño fruncido y la dialéctica apurada de un vigilante meticuloso, que minutos antes era tu pareja, quien buscará a cualquier precio hacerte sentir culpable de un delito inexistente; quedarás atrapado sin ninguna ruta de escape, tan afectado que hasta empezaras a sentirte realmente apenado por algo que tu mismo desconoces.
El bailoteo de palabras feroces, señalamientos y quejas te harán sentir tan diezmado, que empezaras a concebir lo terrible de la situación en la que te has visto envuelto; intentarás sacar a flote las armas que tienes para poder defenderte, pero toda excusa resultará infructuosa ¡Has pecado! La sentencia está trazada.
Nadie puede culparte de lo acojonado  que has iniciado a sentirte. Los constantes reclamos: en el restaurante, el cine, la oficina, el bar, la reunión familiar, el barrio, el museo, el evento de modas, la parada de buses, el parqueadero, y demás, has terminado por convertirse en una situación de sometimiento. Aquel “bello angelito” de quien inicialmente disfrutabas sus rabietas, se ha convertido en el peor de los ogros. Ya nada le importa, la vergüenza no forma parte de su léxico, una escena cada tanto, es parte de su ritual de agresión psicológica.
¡No te duermas! esto no es una comedia romántica. Es tu vida social, familiar, laboral y tu salud mental la que se está yendo por el drenaje. Lo que disfruta “tu celoso” es la antípoda de lo que siempre quisiste y, seguramente, la culpa que sientes pasa porque algún condescendiente psicólogo dijo una vez que, los celos son normales. ¿Sabes algo? ¡Es mentira! Ninguna persona quiere vivir con el sobresalto repentino de un reclamo injustificado, la comezón y el temor constante que provee la insensatez, de quien debería estar a tu lado para compartir buenos momentos. Solo queda preguntarte ¿Cómo terminaste metido en aquello?
No seas ingenuo, los celos no son una descarnada muestra de afecto inmarcesible, ni la navidad de los sentimientos acompañada por el mejor regalo
¡Por Dios! Eres un ser humano con sentimientos y amor propio, que no entró en una competencia para llevarse al límite de la resistencia. Eres una persona que tiene derecho a tener amig@s, herman@s, ti@s, prim@s, familia y sobre todo un espacio propio. No sigas practicando el juego de una disputa irracional que no conduce a ningún lado; tampoco te habitúes a dar la razón a quien no la tiene. Si quieres mirar, respirar, andar, reír, cantar y saltar, vestirte y verte bien, afeitarte, depilarte, usar una buena colonia y un abrigo nuevo, es tu derecho; no hay punto de discusión. No ayudes a otro a acrecentar sus traumas ni elevarlos a su máxima potencia, en nada le estás ayudando. Si no tienes la menor idea de sus exaltaciones, tristezas, enojos, probablemente, es porque esa persona ha traspasado el límite de la razón y vive dentro de un constante “síndrome premenstrual”
La línea de respeto jamás debe sobrepasarse,  y nadie, mucho menos tu pareja debe condicionarte. Si no le gustas como eres el camino es simple y la puerta está abierta. No tienes por qué comprar chocolates, flores o preparar una cena especial cada dos días, para enmendar un error que nunca cometiste. Recuerda que el amor debe ser natural, simple, libre, fluido y sin presiones. Y no una encrucijada en la que terminarás celado hasta con tu sombra.
Piénsalo.

Germán Camacho López

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