Aprender a conocernos a nosotros mismo, dentro de un contexto real y exacto resulta una tarea de paciencia en medio de la confusión; lo que debería resultar simple se torna nebuloso y lo que se da por sentado, al instante no lo es. Puesto que somos una amalgama de sentimientos, emociones y divergencias de opinión.
De esta naturaleza que en ocasiones pareciera contradictoria, nace un sentido claro y preciso de quienes somos, la búsqueda de una respuesta sobre el origen de nuestro proceder.
Sea cual sea su competencia y lugar dentro de la sociedad, existe un algo primigenio que lo define y acompaña a lo largo de su vida. Lo importante es aprender a ser maestro y alumno a la vez en esta búsqueda de identidad, en la mediación que debe hacer ante su mente, para que ella lo guie por el sendero adecuado hacia la verdad de su ser.
Por otra parte, a lo largo de la experiencia que vamos ganando con los años, la conducta se modifica, madura y mejora; empezamos a hacer gala de los nuevos conocimientos adquiridos y delimitamos aquellos escenarios en los cuales difícilmente nos adentraremos. La instrucción académica y social nos dirige hacia un camino determinado, en ocasiones con placer, otras con esfuerzo. Y entendemos que la dificultad generalmente proviene de un algo que riñe con un sentir interno, que se remonta a lo que siempre fuimos en esencia. Más allá de esto emerge nuestra historia, nos remontamos permanentemente a lo que fue, en una filosofía de recordar los matices dulces del pasado y dominados por aquel código inscrito en nuestros genes, tomamos y desdeñamos opciones. Siempre de pie ante la puerta que hasta entonces no hemos abierto y que una vez nos atrevemos a deslizar, nos permite ver nuestro verdadero rostro. Conocernos a nosotros mismos, definir el contexto de la búsqueda que años atrás iniciamos y que por momento se ha hecho difusa al no acertar quienes realmente somos.
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