La supuesta diferencia entre los “realities shows” y las series de televisión tradicionales, es que los primeros corresponden a una realidad no editada y los segundos a un producto ficticio. Pero, ¿realmente es así?
De algún modo, los realities nos acercan a un espejo de nosotros mismos. De la forma en que las personas del común se relacionan, viven y sienten. Llevando al espectador a la reflexión de que el mismo podría estar ahí, dentro de esa pantalla.
Los sentimientos y reacciones de los participantes, son símiles a los que experimentamos a diario: alegría, frustración tristeza, enojo, amor. Y al verlos reflejados frente a una pantalla, nos sentimos identificados con esos personajes “famosos”. Lo que produce el efecto de sentir que la vida que llevamos, no es tan rutinaria. Y sin saber como ni cuando, muchos terminan gastando dinero en llamadas, mensajes y apoyo a sus participantes; al sentir empatía por ese alguien con quien se siente identificado.
Pero que hay de fondo tras los realities:
Islas desérticas, incomunicadas; mansiones aisladas de todo contacto externo. Escenarios extremos, donde casualmente los estudios de televisión y su personal pueden trabajar cabalmente. Y un grupo de “supuestos” seres anónimos dispuestos a reflejar sus conductas más primarias e instintivas.
En los realities, por supuesto, como todo en televisión; no hay apuestas al azar. Los medios de comunicación son el emporio económico mas grande y rentable del mundo; por lo tanto inversores, directores, y responsables de todo este tejido tecnológico, jamás van a dar un paso al azar.
Es así, como esos seres anónimos, solo lo son, ante los ojos del espectador. Muchos de ellos ya han tenido contacto con los medios, bien sea en el modelaje, actuación, o tras telones de los propios canales que los contratan; o en caso contrario son parientes, amigos y referidos de personas del medio.
En un reality, nada sucede al azar. La vestimenta, la alimentación, el tipo de competencia e incluso los diálogos están prestablecidos; y los participantes deben ajustarse a estas normas firmando intrincados acuerdos de confidencialidad. Al final el producto deberá ser percibido por el espectador, con la imprevisibilidad y espontaneidad calculada.
Bajo esta directriz, la industria del entretenimiento ha impuesto el formato de los realities, como uno de los grandes logros de principio siglo; desafiando al televidente a formar parte del espectáculo, votar por los participantes y hacer parte de la vida y dramas de estos, que en la mayoría de los casos, también es ficticia.
Una vez ideado el formato, bien sea en Estados unidos o Europa, y comprobado el éxito alcanzado; el mismo viajará alrededor del mundo generando cientos de miles de millones.
Esta nueva modalidad de televisión busca básicamente, hacer mucho dinero con una baja inversión; lanzando a la “fama” a desconocidos, que no lo son tanto, para la cadena televisiva dueña de los derechos.
Los realities son consecuencia de la paradoja de los medios de comunicación. Donde están por un lado los noticieros que en su afán de “vender”, sobredimensionan la realidad; inundando los hogares de noticias violentas, desastres; corrupción, violaciones y demás, en un mundo que salido de aquella pantalla, pareciera no ofrecer nada bueno. Por otro lado están las series, novelas y demás programas de ficción que caricaturizan la cotidianidad.
Los realities son el nuevo parto de ese vientre alquilado que es la televisión, que transforma la ficción en realidad. Estos experimentos mediáticos no son más que un pacto de popularidad; del exhibicionismo. Rentable para unos cuantos, y gratificante para una sociedad voraz que convierte las pantallas de televisión en el agujero de cerradura del voyeur.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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