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¡Cuidado con la gente tóxica!

En el camino que cada uno elige, necesariamente va a encontrar diversas clases de personas, muchas de ellas servirán como un impulso a nuestros sueños y proyectos, empero, otras conscientemente o no, se convertirán en un lastre, en una carga en ocasiones molesta.
Infortunadamente nuestras decisiones, a veces, tienen nombre y apellido, y es una verdadera contrariedad verse obligado a rivalizar afectos y antipatías en la misma balanza.
En la búsqueda que todos emprenden por alcanzar sus objetivos y a la vez vivir el día a día, aparecen personas leales, entusiastas, visionarias y dotadas de una madurez emocional que enriquece las relaciones, pero de otro lado cohabitan seres sin actitud; aquellos sin creatividad ni expectativas, resentidos que buscan “condenarse” anticipadamente, capaces de acudir a las mas sucias tetras con tal de dañar de otro. Egoístas cuyo irracional mundo solo puede girar en torno a ellos, ególatras que viven rindiendo culto a si mismos, arribistas viviendo en un mundo de falsas apariencias; superficiales que sienten vivir en una eterna pasarela, temerosos que jamás contemplaran salir de su zona de confort; interesados en busca de su propio beneficio, vida fácil quienes piensan que la vida es un perenne paseo. Mitómanos que viven dentro de su mundo de mentiras engañándose a si mismos, acomplejados buscando excusas para dar lastima y sentirse menos que otro.
Como vemos, no existe sólo una clase de persona tóxica. De ahí la importancia de  reconocer y evitar su veneno, su ansiedad de sembrar culpas en otros; de buscar aliados para su propio fracaso y boicotear proyectos y vidas.
Es esencial tener conciencia de nuestra propia autoestima, de aquello que nos permite brillar y tener claros nuestros objetivos.
Por regla general los gritos, el llanto, los celos, la intriga y comentarios fuera de lugar, son un buen indicio de la cercanía de una persona toxica;  esa que te lleva a sentirte incapaz, débil e inseguro. Estas personas muestran una imagen que no se corresponde con la madurez de quien ha entendido el sentido de vivir; no les importa dañar, puesto que no tienen conciencia del propio daño que se hacen a si mismos, o tácitamente no les importa.
Siempre ofendidos por todo, hablando mal de otros, resentidos, amargados, y con un umbral de critica inexistente, nadie puede acercarse a ellos con un consejo o una observación. Los lamentos, vivir en el pasado, buscar notoriedad, dar lastima, es el mundo en que se mueven. Por otro lado son dependientes de la relación con otro, puesto que sin este, su veneno no tendría efecto o terminaría por intoxicarlos a ellos mismos hasta destruirlos.
Infortunadamente, este puede ser un efecto contagioso, un virus capaz de infectar las mentes de quienes están expuestos a ello, ya sea en un entorno familiar, laboral, o social.  
Vivimos en un mundo cada vez menos saludable, donde el horror es el pan de cada día y la carga de las noticias y sucesos negativos es cada vez más aplastante, pero siempre hay esperanza.

Llegar a un estado de conciencia en el cual se reconozcan las propias virtudes y defectos, y con el dolor que requiera se tomen decisiones; permite activar las zonas del cerebro para salir de la toxicidad o escapar de ella. Siempre tenemos la capacidad de ser mejores, pero ser mejor es una decisión que debe tomarse, un camino a emprender sin mirar atrás.

Germán Camacho López

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