En el camino que cada uno elige, necesariamente va a encontrar
diversas clases de personas, muchas de ellas servirán como un impulso a
nuestros sueños y proyectos, empero, otras conscientemente o no, se convertirán
en un lastre, en una carga en ocasiones molesta.
Infortunadamente nuestras decisiones, a veces, tienen
nombre y apellido, y es una verdadera contrariedad verse obligado a rivalizar afectos
y antipatías en la misma balanza.
En la búsqueda que todos emprenden por alcanzar sus
objetivos y a la vez vivir el día a día, aparecen personas leales, entusiastas,
visionarias y dotadas de una madurez emocional que enriquece las relaciones,
pero de otro lado cohabitan seres sin actitud; aquellos sin creatividad ni
expectativas, resentidos que buscan “condenarse” anticipadamente, capaces de
acudir a las mas sucias tetras con tal de dañar de otro. Egoístas cuyo irracional
mundo solo puede girar en torno a ellos, ególatras que viven rindiendo culto a
si mismos, arribistas viviendo en un mundo de falsas apariencias; superficiales
que sienten vivir en una eterna pasarela, temerosos que jamás contemplaran
salir de su zona de confort; interesados en busca de su propio beneficio, vida fácil
quienes piensan que la vida es un perenne paseo. Mitómanos que viven dentro de
su mundo de mentiras engañándose a si mismos, acomplejados buscando excusas
para dar lastima y sentirse menos que otro.
Como vemos, no existe sólo una clase de persona
tóxica. De ahí la importancia de reconocer
y evitar su veneno, su ansiedad de sembrar culpas en otros; de buscar aliados
para su propio fracaso y boicotear proyectos y vidas.
Es esencial tener conciencia de nuestra propia
autoestima, de aquello que nos permite brillar y tener claros nuestros
objetivos.
Por regla general los gritos, el llanto, los celos, la
intriga y comentarios fuera de lugar, son un buen indicio de la cercanía de una
persona toxica; esa que te lleva a sentirte
incapaz, débil e inseguro. Estas personas muestran una imagen que no se
corresponde con la madurez de quien ha entendido el sentido de vivir; no les
importa dañar, puesto que no tienen conciencia del propio daño que se hacen a
si mismos, o tácitamente no les importa.
Siempre ofendidos por todo, hablando mal de otros,
resentidos, amargados, y con un umbral de critica inexistente, nadie puede acercarse
a ellos con un consejo o una observación. Los lamentos, vivir en el pasado,
buscar notoriedad, dar lastima, es el mundo en que se mueven. Por otro lado son
dependientes de la relación con otro, puesto que sin este, su veneno no tendría
efecto o terminaría por intoxicarlos a ellos mismos hasta destruirlos.
Infortunadamente, este puede ser un efecto contagioso,
un virus capaz de infectar las mentes de quienes están expuestos a ello, ya sea
en un entorno familiar, laboral, o social.
Vivimos en un mundo cada vez menos saludable, donde el
horror es el pan de cada día y la carga de las noticias y sucesos negativos es
cada vez más aplastante, pero siempre hay esperanza.
Llegar a un estado de conciencia en el cual se
reconozcan las propias virtudes y defectos, y con el dolor que requiera se
tomen decisiones; permite activar las zonas del cerebro para salir de la
toxicidad o escapar de ella. Siempre tenemos la capacidad de ser mejores, pero
ser mejor es una decisión que debe tomarse, un camino a emprender sin mirar atrás.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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