No solo el provenir del linaje de consagrados dirigentes y admirables personajes o portar en las venas el abolengo de héroes, reviste de importancia el nombre un gobernante. Puesto que la propia condición de liderazgo no es endosable por si misma, sin duda en ello se requiere una predisposición innata, un querer y saber comunicar ideas. Una habilidad ingénita de construir desde la inteligencia emocional, desde la consideración del otro independiente de su condición; a partir de la expresión honesta de una búsqueda social. Pensamiento, información y acción para saber guiarse libre de emociones y sentimientos efervescentes, aquello que algunos llaman “diplomacia” de lo cual infaustamente adolecen muchos quienes han gobernado.
La importancia de ser un gobernante, radica en la capacidad para fijar metas, sin duda ni mella del esfuerzo que aquello requiera, incluso, cuando todo esfuerzo parece dilatarse, hacerse difuso e infructuoso. Oficiar el arte de la perseverancia y la congruencia acogiéndose siempre al plan diseñado, ese del cual Dios es siempre testigo.
Gobernar es definir acciones en terrenos lejanos de la crítica y el encono, elegir sin partidismos el personal idóneo para llevarlas a cabo; saber que incluso la importancia de honrar un apellido se resigna, ante la substancial tarea de dirigir los destinos de un pueblo. La importancia de dirigir una nación, radica en entender que ningún esfuerzo es suficiente, que de nada sirve señalar un horizonte inalcanzable y cada plan tiene ruedas propias sobre las cuales marcha hacia su resultado.
Ser líder de un país mortificado, transgredido y desangrado, empero, sin duda alguna maravilloso, es entender que las heridas pueden ser subsanadas y las debilidades mutar en fortalezas. Creer, sobretodo, que es posible enseñar a las gentes caminos de esperanza, pero también de crudas realidades.
Ser gobernante no es exhibir una mascara de ilusoria gracia, sino dejar emerger un carisma que ni siquiera había aflorado antes. Es saber llamar la atención al interesarse por la problemática de otros y alejarse de la excelencia para hacerse cercano a la humildad. La importancia de ser dirigente, se instituye sobre el agravio de las críticas insidiosas sin jamás extraviar el rumbo; en la capacidad de tomar las riendas de profundos desaciertos, originados por gobiernos anteriores y, encauzar a un país hacia una posibilidad real de futuro. Ser gobernante es alejarse de un absurdo e inaplicable discurso caudillista, sobre la tesis de que, un verdadero líder guía a su nación con actos y no con palabras ponzoñosas que a ninguna parte conducen.
Por esta y por las razones que, habitualmente inscriben a los hombres en las páginas de la historia, ese gobernante, figurará un día junto a los grandes nombres que edificaron una patria posible.
Hasta entonces, el camino señalado de tan excelso designio, será la continuidad de políticas acordes a la realidad social que le rodea, la prorroga providencial de un gobierno que quizá por primera vez en décadas, señale la ruta, de la mano de un verdadero líder político.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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