Desde hace algunas décadas el consumo masivo se ha hecho general en todas las sociedades, tanto que el ciudadano se identifica hoy dentro de la categoría de consumidor perenne; un eslabón más de la interminable cadena de gasto de una sociedad que evalúa la felicidad sobre la capacidad de compra. De algún modo las sociedades actuales asocian el consumir con el estatus y el éxito, pero tan pronto como el gasto calma la ansiedad, aparece una nueva necesidad de consumo. Una pavorosa analogía de: “soy lo que tengo” empero, el consumo inevitablemente está asociado a las exigencias de la industria de colocar sus productos, y no desde la necesidad real del ciudadano. A la postre esto conlleva a la compra improductiva, la adicción de bienes, el sobreendeudamiento, para desencadenar, finalmente, en todo tipo de crisis emocionales una vez que todo se sale de control.
Sin duda, el acelerado desarrollo económico de las recientes sociedades, con todos sus beneficios tecnológicos, y mejoramiento de la calidad de vida, ha traído al mismo tiempo una serie de problemas emergentes. Entre ellos: el culto a la belleza, el deterioro del medioambiente, el incremento de la violencia. Una cultura superficial capaz de cualquier conducta con tal de suplir sus necesidades creadas y renovadas todo el tiempo, a través de los medios masivos de comunicación.
La adicción del consumismo ya ni siquiera resulta una conducta irreflexiva, por el contrario se promueve como un comportamiento sano y natural. El control al impulso de gasto no alcanza a ser refrenado, y la línea que separa la sensatez del consumo irracional desaparece entre avisos de promociones. La sensación posterior suele venir acompañada de sentimientos de culpa, vergüenza, agresión, crisis financieras. Esto, claramente similar a los de cualquier clase de adicción.
La mayoría de las personas, tiene hoy, problemas no afrontados de descontrol del gasto, incluso un pequeño porcentaje puede ser catalogo como conducta patológica. Una cantidad significativa de este grupo poblacional con los jóvenes, impulsados por la insatisfacción personal, la sensación de tedio y la ausencia de otro tipo de estímulos no consumistas.
Para afrontar esta problemática es necesario tomar conciencia de nuestras conductas, y buscar que por iniciativa propia la comunidad se autoprevenga y sensibilice respecto de este flagelo; encontrando otro tipo de espacios distintos a los de las constantes campañas de consumo. De igual modo aprender a controlar la frustración respecto de aquello que no se tiene. Por supuesto, las empresas también deben poner de su parte, estableciendo medidas de regulación que permitan un consumo adecuado y saludable.
Germán Camacho López
Germán Camacho López
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