La guerra provoca un enorme daño moral a la sociedad y las posibilidades se reducen al pensar que no está en nosotros cambiar al mundo. De pronto, se favorece la lucha, alejándose de la compasión y la empatía. Queda claro que los manifiestos que se defienden son los del egoísmo. El mayor atentado contra la moral y la convivencia es la guerra, indicador máximo de la sed de poder. Legitimar la violación del derecho fundamental a la vida ¿en que nos convierte?, pero lo hacemos a diario ¿En verdad pensamos que todavía somos humanos?. Hace mucho dejamos de serlo. La guerra se libra a diario contra animales inocentes, contra el planeta, sus ríos, bosques y mares. La guerra se libra entre nosotros mismos. La degradación de los principios morales como imposición social, nos ha impulsado a una ideología de barbarie. La guerra evidencia la crisis ética de la humanidad, la cuarentena de la bondad, la caída de una especie. Defender la licitud de tan terrible realidad es el falaz argumento que esbozamos a diario. Matar una res, un cerdo, una gallina, un ser humano descarta de tajo cualquier subterfugio filosófico o religioso. Solo quedan víctimas y verdugos. La desproporción de esta guerra es la careta que exhibe la humanidad, en aberrante oposición a la ética y la moral. Pero no se preocupen, esta especie se encuentra extinta, en su pecho no palpitan corazones; es solo el recuerdo nostálgico de lo que existió un día, hace mucho tiempo.
Germán Camacho López
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