El amarillo aporta felicidad, es un color que simboliza
festividad y se asocia con el intelecto, el pensamiento y la capacidad de
discernir, empero, el amarillismo es un asunto disímil. Un fenómeno que hoy, no
solo es adjudicable a la prensa sino a la sociedad en general, en buena medida
gracias al impulso de las redes sociales. Si bien los diferentes puntos de
vista enriquecen la expresión
cultural de toda comunidad; la tendencia de juzgarlo todo desde una óptica
“morbosa” sin entender los antecedentes de las diversas particulares de la
sociedad, más que aportar, menoscaba la habilidad de construir a partir del
natural traspié al que toda relación social está expuesta. La tendencia de
sobredimensionar la realidad por medio de textos e imágenes brutales; en la
premisa de centrar la información en la agresión, el espectáculo grotesco y la
tensión constante. Exaltando conductas morbosas y el impulso concadenado de
convertir cualquier asunto en una cadena de odio visceral. El amarillismo
convierte a las naciones en trastornados “Reality Shows” que son consumidos por
la avidez de ciudadanos que, quieren sentirse protagonistas de aquella cruda
realidad. Voceros y guías sin mayor fundamento que su propia creencia y
prejuicios.
La actualidad de los
medios de información, el asesinato, el abuso de autoridad, la inseguridad
extrema, tiene tanto de forma como de fondo el interés particular de
desestabilizar al televidente, al lector, al radioescucha. Generar en este un
falso impulso “renovador”, convertirlo en aliado maquinal de exóticos
intereses. Herir la sensibilidad y obviar los detalles profundos de una
verdadera reflexión.
Resulta tortuoso limitar y contener a un público habituado a la asimilación de esta torcida perspectiva, un consumidor ingenuo, ajeno a la realidad circundante y, persuadido entre monitores de 19, 24, 32 o 48 pulgadas. Ese mismo que a pesar de haber sido asaltado tres o cuatro veces en el último año, sigue creyendo que su gran enemigo, es un alzado en armas que nunca ha visto; aquel que vendiendo confites en la esquina de un semáforo, confía que el mismo “caudillo” que lo dejó sin salud, pensión o empleo le de la mano algún día; ese que a pesar de las masacres con motosierras “entiende” que es mejor culpar a otro que señalar a quien realmente lo hizo; al fin de cuentas el segundo es menos peligroso que el primero. Si, el amarillismo es una forma de una vida que sirve para todos, al menos para desahogarse hablando sobre asuntos ignotos y haciendo el papel de mecenas de quienes desinforman para salvaguardar cada día sus propios intereses.
Germán Camacho López
Resulta tortuoso limitar y contener a un público habituado a la asimilación de esta torcida perspectiva, un consumidor ingenuo, ajeno a la realidad circundante y, persuadido entre monitores de 19, 24, 32 o 48 pulgadas. Ese mismo que a pesar de haber sido asaltado tres o cuatro veces en el último año, sigue creyendo que su gran enemigo, es un alzado en armas que nunca ha visto; aquel que vendiendo confites en la esquina de un semáforo, confía que el mismo “caudillo” que lo dejó sin salud, pensión o empleo le de la mano algún día; ese que a pesar de las masacres con motosierras “entiende” que es mejor culpar a otro que señalar a quien realmente lo hizo; al fin de cuentas el segundo es menos peligroso que el primero. Si, el amarillismo es una forma de una vida que sirve para todos, al menos para desahogarse hablando sobre asuntos ignotos y haciendo el papel de mecenas de quienes desinforman para salvaguardar cada día sus propios intereses.
Germán Camacho López
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