Elevemos la voz contra el sistema alienante. Comprometidos, resistamos lo inaceptable de sus políticas. Instituyamos una resistencia pacífica desde el intelecto y las ideas, contra gobiernos corruptos y medrosos, incapaces de instaurar una sociedad pluricultural y fraterna. Porque es nuestro derecho ser impertinentes, irreverentes y, ante todo, libres.
El valor de la identidad propia es hoy más necesario que nunca. Enalteciendo el estandarte de una sociedad real de la cual sentirnos orgullosos, y no una sociedad de papel, abusos y suspicacias. No esta sociedad carente de verdadera seguridad social, inequitativa, desamparada y a la deriva; incapaz de garantizar a todos iguales derechos de subsistencia. Ese monstruo que arrebata la dignidad, mientras enriquece sus industrias. Elevemos la voz por un sistema donde prime el bienestar general sobre el interés particular. Donde exista la justa distribución de las riquezas derivadas de la producción, más allá del poder del capital. Una sociedad independiente, en relación con el estado, la prensa, el poder económico, las normas y dogmas impuestos. Superando la insolencia y egoísmo de los bancos, industria y altas esferas del estado que consideran al pueblo su siervo incondicional. Nunca antes había sido tan relevante que la brecha entre ricos y pobres, se reduzca a su mínima expresión. Hay motivos para elevar la voz, ese valor preciado que glorifica a la sociedad humana ante la infamia de quienes solo militan en favor propio. Es deber de todos y cada uno defender lo que hoy solo se exhibe en la declaración universal de los derechos. Salvaguardarlo de aquellas pequeñas alimañas que detentan el poder. Comprender que la sociedad es interdepediente. Entender que incluso en este mundo de abusos y atrocidades existe aún la posibilidad de ser mejores. Miren a su alrededor y acierten las múltiples razones para elevar la voz. Sepan que todo es posible desde la reconciliación con sus semejantes. Estamos ante un fracaso del sistema que no debemos seguir perpetuando. Convirtiendo a nuestros jóvenes en un producto de masas, en el desprecio a las diferencias, al menos favorecido. En una competencia salvaje que debemos resistir. Pero hay esperanza, el camino debe reunirnos en un claro del bosque de los acuerdos, la confianza, las negociaciones; de la paz como bien absoluto. Elevemos la voz sin acrecentar odios, en un grito pacifico, libre de confrontaciones ideológicas y totalitarismos; acudiendo a la capacidad de la comprensión y la empatía.
Germán Camacho López
El valor de la identidad propia es hoy más necesario que nunca. Enalteciendo el estandarte de una sociedad real de la cual sentirnos orgullosos, y no una sociedad de papel, abusos y suspicacias. No esta sociedad carente de verdadera seguridad social, inequitativa, desamparada y a la deriva; incapaz de garantizar a todos iguales derechos de subsistencia. Ese monstruo que arrebata la dignidad, mientras enriquece sus industrias. Elevemos la voz por un sistema donde prime el bienestar general sobre el interés particular. Donde exista la justa distribución de las riquezas derivadas de la producción, más allá del poder del capital. Una sociedad independiente, en relación con el estado, la prensa, el poder económico, las normas y dogmas impuestos. Superando la insolencia y egoísmo de los bancos, industria y altas esferas del estado que consideran al pueblo su siervo incondicional. Nunca antes había sido tan relevante que la brecha entre ricos y pobres, se reduzca a su mínima expresión. Hay motivos para elevar la voz, ese valor preciado que glorifica a la sociedad humana ante la infamia de quienes solo militan en favor propio. Es deber de todos y cada uno defender lo que hoy solo se exhibe en la declaración universal de los derechos. Salvaguardarlo de aquellas pequeñas alimañas que detentan el poder. Comprender que la sociedad es interdepediente. Entender que incluso en este mundo de abusos y atrocidades existe aún la posibilidad de ser mejores. Miren a su alrededor y acierten las múltiples razones para elevar la voz. Sepan que todo es posible desde la reconciliación con sus semejantes. Estamos ante un fracaso del sistema que no debemos seguir perpetuando. Convirtiendo a nuestros jóvenes en un producto de masas, en el desprecio a las diferencias, al menos favorecido. En una competencia salvaje que debemos resistir. Pero hay esperanza, el camino debe reunirnos en un claro del bosque de los acuerdos, la confianza, las negociaciones; de la paz como bien absoluto. Elevemos la voz sin acrecentar odios, en un grito pacifico, libre de confrontaciones ideológicas y totalitarismos; acudiendo a la capacidad de la comprensión y la empatía.
Germán Camacho López
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