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Sobre la eternidad

Sin embargo, como Deísta, no dejaré de reconocer la valía de la religión cuya influencia me impulso a la búsqueda de verdades que ya mi alma conocía, adpero, le habían sido veladas. Luego, el árbol de la religión se hizo pequeño, escaso en frutos; ya no hubo mayores respuestas en él, y un horizonte vasto señalaba el camino promisorio de esas verdades que, por acción del miedo permanecían ocultas. La poderosa energía de mi espíritu emergió y su acción sobre mi vida material fue un camino de fluida comunicación. De senderos hasta entonces secretos, sutiles…ahora visibles y palpables. Era un sentimiento que anunciaba mi existencia perenne más allá de los condicionamientos del pensamiento consciente, más allá de la vida. La trama antes misteriosa se revelaba como la realidad absoluta. El conocimiento efímero de mi propia existencia alcanzaba una amplitud de claridad que, emergía en el tiempo sin tiempo; donde todo nace, se transforma y trasciende a la vez. El espíritu se expresó libremente, me invitó a su morada, al solaz de la dinámica y maravillosa casa donde habita todo lo eterno. La infinitesimal parte de materia frágil y temerosa, ascendió a las glorias del conocimiento espiritual, por sobre el tiempo, por sobre sus banales esfuerzos y codicias. Comprendió que existía por gracia de un ser supremo que le habitaba, y se tornó a si misma humilde y serena. En todo caso mucho más ligera de tormentos, imbuida del señorío espiritual. Lejos quedaron las débiles ondas de agonía que atravesaban las rendijas de lo que llamamos mundo, aquel sistema erigido para confundir y turbar. Ora la política, ora la religión, ora la economía, ora la sociedad eran solo intentos homéricos de la carne por influir en aquello que le prevalece en supremacía inimaginable. Fue la fructificación de encontrar la irrefutable inmortalidad que reside en lo profundo, la inexistencia de la llamada “muerte”; y entender que la tierra no es otra cosa que el útero que preñamos de nuestra esencia, para cubrirnos de estos vestidos materiales que llamamos cuerpos. Así, el dolor se hizo efímero a la par de los sueños de riquezas fatuas. Porque una vez que el alma consiguió ser escuchada, perfectamente definida, destinada a su grandiosa existencia; el tiempo y la historia se fundieron en un discreto quantum dando paso a la hermosísima eternidad.

Germán Camacho López

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