Esas gentes
Ahí van desfilando con orgullo, entre arengas defienden
las doctrinas del sistema, anhelando ser parte de ello. De lo público
fructifican, mas refutan que lo público llegue a los menos favorecidos, esos a
quienes tildan de “holgazanes”, básicamente por no haber sido invitados a un trozo
de la torta.
Su mundillo de falacias lo disfrazan de
creencias, una vida controlada por papelitos de colores a los que se apegan
férreamente. Ahí van sin preguntarse ¿Quién vendió el planeta a los burgueses?
para que ahora paguemos por un pedazo de
tierra.
Para ellos la libertad es un empleo, escuchar las
noticias, y con aliento porfiado seguir a sus líderes políticos y religiosos.
Ahí están mirando la tv, vistiendo tan formales, siguiendo siempre las normas.
El futuro lo delinean entre una jubilación y la
silla mecedora desde donde critican a todo aquel que luzca diferente; entre
sueños de lujos que a la distancia se pierden al vaivén de la vida. Ahí van con
su existencia de masas, ficciones, esquizofrenias y odios. Desde esa sillita
mecedora gritan tan alto como pueden en contra de los pobres, negros, homosexuales, nativos, extranjeros,
izquierdistas, tatuados…; ahí desde la única lucha que implica mover la silla
mecedora. Cubriendo los oídos al pensamiento disímil, pues toda verdad distinta
a la suya es subversiva, rebelde, completamente extraña. Ahí permanecen con la
vitalidad de lanzar pedruscos a las palomas, renegar de sus vecinos y de los
juegos de párvulos. Con amargura señalan
los yerros ajenos, pero ignoran siempre los propios. Desde su silla mecedora
fustigan la libertad de expresión, igualdad, derechos. Y cuando consiguen
levantarse caminan junto a las hordas que queman libros y aplastan a otros con
sus botas. Únicamente al caer y, ser también pisoteados, recuerdan que eran uno
más entre aquellos que un día rechazaron. Que eran pueblo y no burguesía.
Germán Camacho López
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