El juego se llama monopolio y el sistema lo controla, en los bordes de la tabla cual insectos se aglutinan los excluidos; levantan las manos intentando ver lo que sucede arriba. Ahí, donde se erigen castillos de mentiras, laboriosa obra del totalitarismo; castillitos de burgueses. Entretanto, en las bolsas de valores se determina el precio de alimentos, a la par de la muerte de inocentes. Ahí van marchando, dando vueltas los marginados sumidos en una profunda quimera. El sistema no solo especula con los precios, especula con la vida. En lo alto danzan y danzan, defendiendo vacías democracias, aquellos que nunca han tenido el estómago vacío; promueven guerras desde el estatu quo que han erigido como sillón de su sala. Recusan la miseria que les rodea y luego se asombran de la violencia que atañe a la sociedad excluida. Oh, si un día, esos desesperados alcanzan la superficie del tablero, se apoderan de las fichas y hacen reinar el superlativo caos. Acaso ¿alguien ha de sorprender...